
Este año tratamos el problema del poder en la arquitectura, o una historia que no oculte las relaciones de poder
Partimos de
algunas premisas que expusimos en la presentación del tema:
El problema del poder
Si preguntamos por la relación de la arquitectura con el poder, estamos presentando dos entes distintos (la arquitectura por un lado y el poder por el otro) que establecen distintas relaciones a través de la historia. Esta cuestión ha sido planteada en numerosas ocasiones (revista Block nº 5, o La arquitectura del poder, de Sudjic) y podemos nombrarla como la cuestión del Príncipe, que estudia la resolución de los encargos de los poderosos.
De la misma manera, si planteamos la relación de la arquitectura con su época, presentamos la época por un lado, en la cual se insertaría luego la arquitectura, y una arquitectura igual a sí misma por el otro.
Nuestra propuesta es plantear el estudio de las arquitecturas producidas en distintos momentos y lugares y por distintas relaciones de fuerzas (de poder) existentes en esos momentos y lugares.
Podemos pensar los períodos como determinados por un estado
particular de las relaciones de poder, y que éstas son a la vez (como dice
Foucault) intencionales y no subjetivas. Las transformaciones que se han
sucedido no las vemos como consecuencia de un plan de un grupo de sujetos que
son los que tienen el mayor peso económico, sino como un dispositivo, al que se
acomodan todos, incluso esos grupos. Un invento, un descubrimiento dado (una
computadora personal, por ejemplo) modifica el funcionamiento del todo
social, provocando cambios en las relaciones personales, y en ocasiones llegando a
revolucionar la administración de las empresas, etc. y así las relaciones de poder. Lo hace a partir de que se
entremezcla con otras fuerzas e intereses de todo tipo (desde curiosidades
hasta económicos o de prestigio). Fuerzas e intereses que tienen distinto peso
y provienen de distintos lados, corporaciones que se apropian de la novedad,
saberes que se crean y otros que pierden su valor... Ese desorden que provoca
lo nuevo va a generar un reacomodamiento de esas fuerzas, un nuevo orden con
sus jerarquías y subordinaciones, sus ganadores y sus perdedores que diferenciaría eso que denominamos períodos. Juego
impredecible en sus sucesivas jugadas (quizás esto sería la figura del
“espíritu del tiempo” un espíritu que crea un nuevo orden de ese caos y que no
podemos explicar del todo).
En las sociedades complejas los reacomodamientos necesitan
ajustes también complejos, necesitan de la filosofía para justificar / explicar
o crear lógicas que se ajusten o asimilen a lo nuevo y permitan tomar
decisiones, moverse en esa novedad. El arte por su parte crea nuevas
sensibilidades que asimilen la novedad, que nos permitan a la vez soportarla y
movernos en ella.
Pero estos campos -el del arte, el de la ciencia, el de la
filosofía- no son simples reflejos o consecuencias, sino que actúan
performativamente, inciden en la generación de ese nuevo orden, son solidarios
con esta o aquella fuerza, provocan rupturas, dan vida o sepultan actores,
canalizan o bloquean rumbos.
En nuestra cultura, tanto la filosofía como el arte se han
constituido como campos, con sus luchas y estructuras propias, enriqueciendo el juego de intereses que pugnan por acomodar
las piezas. En este sentido (dinámico) es que el
poder es creador, no se expresa tanto en impedir, o su manera de
impedir es imponer la manera de lo nuevo. Precisamente esa trama de fuerzas que llamamos poder, impone lo nuevo, decide su forma.
¿A que atribuir el éxito de una corriente o de un
arquitecto? No hay que buscar entonces relaciones personales que expliquen los
encargos del Príncipe. La relación y el servicio, los acuerdos de mutua
conveniencia entre la arquitectura (o el arte) y el poder no son de esa
naturaleza, sino que participan de esas «grandes estrategias anónimas», si pensamos
la globalización como “una estrategia inmanente en las relaciones de fuerza”
(Foucault)